Me dijeron dos horas, pero contando los trámites en la frontera son más de tres. Aún así, sabe a poco cuando uno sabe que va a llegar a una de las capitales más bellas del mundo.

La histora de Damasco, uno de los asentamientos humanos más antiguos de este planeta, se remonta a unos 4.000 años antes de Cristo. Arameos, asirios, persas, romanos y otomanos han pasado por allí, pienso, mientras veo cómo el tono de la tierra blanca y desértica de Jordania adquiere tintes rojizos que evocan la fertilidad.

En realidad, fue el río Barada el que en algún tiempo lejano brindó a Damasco una fuente de agua pura. El Éufrates está mucho más cerca de la frontera con Irak, en el noreste del país.

Ciudad milenaria

En 732 DC, tan sólo cien años después de la muerte del profeta Mahoma, Damasco se había convertido en la capital del imperio Omeya, que se extendía desde los Pirineos en Europa hasta el Punjab en India.

Pero con la Primera Cruzada y la caída de Jerusalén a manos de los cristianos en 1099, Damasco entraría nuevamente en el juego de poder entre Occidente y Oriente. La ciudad fue atacada en numerosas ocasiones, pero jamás conquistada.

A partir de mediados del siglo XII, Saladino se encargaría de mantener viva esa fama de invencibilidad.

Aquella convivencia aparentemente forzada en el Medioevo explica que hoy en día un diez por ciento de la población siria sea cristiana.

Y de múltiples facetas

De 1516 a 1918, Damasco pasaría a formar parte del imperio otomano, con su cosmopolitismo y su decadencia. Después de la I Guerra Mundial, Siria se despertaría bajo mandato francés del cual se liberaría en 1946, sólo para encontrarse con luchas internas en aras de conformar el nuevo Estado. Durante la era bipolar, Siria pasaría a ser un satélite soviético.

En las calles damascenas encuentra uno testimonios de todas estas herencias: citadelas, mezquitas, iglesias, sinagogas, arcos romanos, arquitectura francesa y numerosos coches Lada en excelente estado. Y, por cierto, la planificacion quinquenal sigue siendo un parámetro utilizado por el gobierno.

Que llueva café

Me encantaría visitar con detalle los mercados donde se acumulan las telas, las especias, las pieles y la orfebrería, pero el tiempo escasea.

Necesito ubicar a mis entrevistas potenciales. Entrando a la recepción del hotel, uno de los porteros me ofrece una diminuta taza de café, bastante amargo y sin azúcar, algo que me sorprende enormemente en un país donde los dulces árabes son una tradición y degustarlos casi un deporte.

-"Éste es el verdadero café árabe, no turco".

Agradezco de todos modos la inyección de cafeína necesaria para comenzar a hacer mis llamadas telefónicas.

Filosofía con falafel

Un colaborador de la BBC en la región es Ammar Abdel Hamid. Me reúno con él y me lleva a un restaurante al lado de la mezquita Omeya, uno de los monumentos a la arquitectura islámica, que antes fue la iglesia de San Juan Bautista y originalmente un templo dedicado a Júpiter.

Conversamos al tiempo que llegan unos cinco platillos: berenjenas rellenas, falafel, kebab de pollo, habas en aceite de oliva, carne molida con pasta de ajonjolí y ensaladas. No extraño Londres en lo más mínimo.

Por ello, los árabes tienen que realizar un autoanálisis y crear un sistema de valores autóctono y moderno en lugar de copiar otros; podría inclusive inventarse un nacionalismo islámico (nótese, secular), bajo el cual aún cristianos y judíos de la zona se sentirían culturalmente identificados.

Todos temas complejos y apasionantes, pero el viaje ha sido largo y mi cabeza compite con mi estómago por acaparar la energía que me resta. Mientras la esposa de mi amigo damasceno le llama al celular para saber cuánto más tardará, yo me pido "un café con azúcar por favor".